elemental
La guardería El Bosque Encantado estaba a una cuadra de mi casa, sobre Magallanes. No sé durante cuanto tiempo fui, pero probablemente fue muy poco.
Cuando estaba ahí no quería participar de ningún juego. Siento que me parecían estupidos pero no creo haber pensado eso a los 3 años ¿no?
Si puedo decir con certeza que prefería estar en casa de mi abuela, con mis juguetes, mirando la tele, tomando yogur Gándara de cereza. La pasaba mucho mejor sola que con el resto de las y los infantes.
Llegué a inventar que me hacían arrodillar sobre maíz y que me ponían en un rincón usando un bonete con orejas de burro. Mi mamá sabía que yo era una mentirosa y por supuesto no me dio cabida.
Con el tiempo me hice un amigo: Pepe. Era un nene rubio con nariz de papa y corte de pelo pelela.
Pepe nunca estaba cuando mi mamá me iba a buscar y me preguntaba por el para conocerlo. O a su madre, y arrreglar alguna play date, supongo.
- ¿Como es la mamá de Pepe?
- Igual a el pero con pelo largo- decía yo. Y lo escribo y la recuerdo. Igual a el, petisa, rubia, nariz de papa. Una campera como de gamuza.
Un día no hablé mas de el. Nuestra amistad se terminó porque yo no soportaba verlo con los mocos colgando. Nadie con los mocos colgando podía ganarse mi simpatía.¿No le molestan? ¿No sabe usar un pañuelo?
Había un momento de la tarde donde las maestras nos dejaban sin supervision. Cerraban el cerco en la puerta de la salita y se iban a ver una novela. La extraña dama, tal vez, por la época.
Una de esas tardes la bully de la sala se la agarró conmigo. Se llamaba Guillermina y era mas grande que el resto. Tenía un hermanito menor que no era bully. Carlitos.
Yo tenía puesto mi buzo favorito de Children’s. Uno violeta con letras amarillas que traía un pantalón y una pollera haciendo juego.
Guillermina me estaba ahorcando tirando y zamarreandome desde el cuello de buzo. Yo estaba roja, transpirada y despeinada por la sacudida. Carlitos lloraba.
Entre los sollozos de el y mi llanto ahogado apareció mi mamá. Las maestras atrás de ella, horrorizadas como si la misma Guillermina las hubiera maniatado en la cocina y torturado con mate cocido y novelas.
Después de un justo escándalo dejé El Bosque Encantado de la mano de mi mamá, para siempre.
No hizo falta que el bonete con orejas de burro ni que el maíz fueran reales para poder huir de ese infierno aburrido y lleno de mocos.
Pepe tampoco fue real, pero me ayudo a soportar.